Puede que nazca de la necesidad de indagar en lo que consideramos como insatisfactorio, reconociendo que la afirmación de James Hillman años atrás: “We’ve had one hundred years of psychotherapy and we’re worse tan before” («Hemos tenido cien años de psicoterapia y estamos peor que antes»), lo que nos obliga a pasar por la puerta hacia lo desconocido. La finalidad de toda práctica hacia otras dimensiones reside esencialmente en encontrar la luz interior que cada uno de nosotros lleva, sin saberlo, en sí mismo.
El psicoanálisis, por ejemplo, se limita simplemente a adaptar al individuo a la vida ordinaria, a la vida “normalmente conocida”. Recuerdo un seminario sobre Lacan donde el ponente, psicólogo, en el desarrollo de su exposición, se quedaba invariablemente colgado en cierto punto: el anhelo emergente de algo distinto. Preguntándole sobre ello, contestó que su trabajo no le permitía seguir más allá. Era honesto. Se reconocía limitado: ¿buscaba él también? Seguramente, pero supongo que tampoco se decidía a dejar lo que había conseguido a través de años de estudios costosos en esfuerzo y, digámoslo, en pensamiento encarrilado. Ah! Porque aquí estamos: ¿quién es capaz de saltar al vacío para probar unas alas para él inexistentes? ¡Sería de locos hacerlo! Sin embargo “te crecerán” dice el refrán. Por algo será.
Algunos se acomodan y se satisfacen en lo adquirido, conservándolo y mejorándolo, son los depositarios de tradiciones, las que nos estructuran y nos dan referentes y sin los cuales estaríamos sumergidos en el caos, en el “no man’ s land”.
Otros lo abandonan en busca de lo nuevo, de lo desconocido, son los pioneros, los buscadores de verdad, los inconformistas. Gracias a ellos la humanidad da un paso adelante. Pero ¡cuidado! ¿Significa eso que llegan a la Verdad? Como dirían los chinos: “sí, pero no”.
No puede haber aventura gratificante si no hay equipaje mínimo seguro. No puedo irme al Polo Norte con un cepillo de dientes. Lo mismo ocurre en la búsqueda que nos ocupa: puedo ir más allá del yo sólo si este yo me soporta, me sostiene, me despreocupa, se equilibra, como un buen taburete donde me puedo subir sin miedo para alcanzar lo que vengo a buscar en lo más alto de mi estatura.
Y trabajar con este pequeño “yo”, puede llevarnos toda una vida en el mejor de los casos. Es una obra de arte, desde luego y como buen escultor nos toca sacarlo de la piedra donde duerme, y transformarlo en herramienta de nuestra consciencia.
Por Marie-Michèle Jolibert
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