El estado natural de la mente es estar silenciosa, vacía y abierta. ¡Existe sin intencionalidad! Si crees que necesitas practicar el silencio, hallar silencio, mantener silencio, entonces no lo has entendido. Todo esto, el universo entero, ¡está sucediendo en silencio!
No se trata de salir corriendo en busca de silencio. Se trata de reconocer el silencio que no puede perturbarse allí donde te halles, sean cuales fueren las circunstancias, por mucho ruido que haya. No existen reacciones de ninguna naturaleza. No es un comportamiento o una imposición… Tú y el silencio sois lo mismo.
Todo este hablar, este señalar, sólo tiene por objeto revelar tu propio silencio. ¡Y no hace falta tiempo! Cuando estás frente al espejo, éste no te dice: «Mira, ahora estoy ocupado, ¡vuelve en media hora!». Igual de potente es el espejo de la indagación. ¡Te revelas de inmediato! Y así llegas a conocer lo indescriptible, lo sin forma, directamente. Tal vez no puedas hablar de ello, pero tu sufrimiento acaba. Tus miedos acaban. ¡Conquistas la muerte misma!
Muchos de vosotros, ante la mínima oportunidad de descubrimiento, os excusáis y salís corriendo, temiendo quemar el último apego al «yo». La oportunidad es hacerle frente, sentirlo y ver que sois el intocable.