Llevo dentro de mí la semilla de la vida
Soy una portadora, una dadora, una diosa capaz de engendrar vida
Mi útero late y pulsa con la fuerza del nuevo ser
Quiero ser consciente del poder que tengo
A mi abuela no la consideraron en ningún momento una paciente por estar embarazada. No la sentaron en un potro, le hicieron abrir las piernas, le introdujeron un tubo metálico por la vagina y le dieron un montón de papeles con cifras en los que le comunicaban como estaba ella y su feto. No le hicieron un exhaustivo seguimiento durante cuarenta semanas. No le dijeron que tenía una desproporción céfalo-pélvica, ni que dilataba despacio, ni que tenían que inyectarle oxitocina, a pesar de llevar todo el día de parto. Y parió, simplemente su cuerpo supo lo que tenía que hacer.
No reconocer a la ciencia médica tradicional alopática su papel de salvar vidas es tan estúpido como darle todo el mérito de salvarlas. Sin embargo hay que cuestionar tantas cosas, y cambiar otras tantas. En la Biblia nos estigmatizaron con la cita del “Parirás con dolor” ha llegado el momento de cambiarla en nuestro subconsciente y en el de nuestras hijas por la de “Parirás con placer”.
Y esas mujeres se relegaron en su propia sombra, se doblegaron ante la idea de mostrar ese potencial, porque aquellas que no lo hicieron se convirtieron en brujas, expulsadas de la sociedad, y olvidaron lo que en realidad eran. El parto en casa se fue convirtiendo en cada vez más doloroso porque las mujeres solas olvidaron el placer del momento más feliz de su vida. Fue sustituido por el parto en las maternidades, que después se cerraron y fueron absorbidas por los hospitales, las mujeres delegaron su poder en estos procedimientos higienizados y medicalizados. Un sometimiento a la madre, una doblegación del individuo que desde el momento mágico de ver la luz por primera vez se introduce en un sistema cuestionable y en muchas ocasiones sin sentido.
La mujer embarazada hoy día en nuestro país se convierte en algo similar a una enferma, y como tal es tratada por los médicos. La mayoría de las veces sin ninguna palabra amable es sentada en el potro con las piernas abiertas donde un tecnológicamente avanzadísimo aparato le mandará una imagen en un monitor del que le dicen es su hijo. A esa mujer no se la protege, se la infantiliza, no se la venera como la dadora de vida, como la portadora de la semilla que hará pervivir la especie, la diosa que lleva en sí lo nuevo, lo que habrá que cuidar como un tesoro, porque ellos son los que nos relevarán. No es respetada, no es arropada por las otras mujeres de la tribu creando un círculo mágico, para que ella sienta el pulso de su útero, su latir, la vida que se desarrolla arrolladora, cíclica, esencial. Le dan un montón de pastillas de colores, sin preguntarle cuál es su estilo de vida.
Dejan de escucharla y se dedican a extraerle sangre como si fueran vampiros, luego esa sangre refleja en papeles si tienen que darle más pastillas de colores; no le explican que puede que esas cifras a las que hay que poner nombre son el reflejo de sus propios miedos, conflictos, nudos derivados de esta u otras vidas; y que esta es su oportunidad de sanarlos por el bien de su criatura, de ella misma, como un acto de evolución; y este es su momento porque si recobra ese poder nunca se sentirá tan pletórica, tan entera, tan viva, tan fuerte.
A la sociedad le interesa que la mujer deje de sentir el fuerte latir de su útero, reprimir el pulso y el temblor que sienten las mujeres desde niñas y que las hace tan poderosas; porque el poder patriarcal sabe que la fuerza de ese poder que une el cielo y la tierra, lo que bien desde arriba, la fuerza primal, que lo une a la tierra, es tan fuerte que podría desestabilizar su hegemonía. Pero ha llegado ese momento. No reprimamos más a las niñas, dejémoslas expresarse libremente, dar rienda suelta a ese temblor entre las piernas que les dará su fuerza. Démosle la libertad de salir al campo a correr y aullar como lobas, gritar y sentir con toda la intensidad, volver a ser primitivas, libres, vivas.Romper de una vez por todas ese corsé imaginario que nos han impuesto, y que nos dice que hemos de ser todas iguales, talla treinta y ocho, noventa, sesenta, noventa, trabajadoras, madres, maravillosas y divinas. Bajemos del pedestal para sentarnos juntas sobre la tierra, démonos las manos y unámonos en una tribu de mujeres locas, distintas, brujas, hechiceras, ninfómanas (porque aprendemos a gozar plenamente de nuestra sexualidad sin prejuicios), y protejámonos unas a otras.
No deleguemos el poder del embarazo en ese potro, ni en esa pantalla, ni en esos papeles de cifras, sino en nuestro propio sentimiento. En la comunicación íntima y especial que llevemos a cabo con la criatura que llevamos dentro, en la vida que se desarrolla dentro de nuestro mágico útero. En algo más sutil que es ser madre, en esa oportunidad única que nos da la vida para crecer como mujeres, para nacer como madres, para avanzar mirando de cara al futuro. No somos niñas, no somos maravillosas, ni tenemos tallas ideales, ni un cutis perfecto sin arrugas ni manchas, ni unas piernas sin celulitis; pero somos divinas porque en nosotras está esa chispa mágica que hemos de encontrar, porque somos reales, y somos las artífices de los nuevo que está por llegar y que cambiará el mundo, somos las diosas portadoras de vida.
Nueve meses de vida, no marcados por una absurda fecha de probable parto, en el que se redondeará nuestro cuerpo, se abultará nuestro vientre, se agrandará nuestra alma. No pendientes de la báscula, de los análisis, de los controles, sino de nuestra emanación de fuerza, de cada latido, de esa energía. Estamos inmensamente bellas, aunque no cumplamos ni uno sólo de los cánones de belleza impuestos socialmente. La fuerza inconmensurable que late en nuestros vientres, llenos, que se abren y se cierran, que emergen, y de los que surgirán la semilla de un mundo nuevo.
Ana Sabater es madre y escritora. Ha trabajado en distintos medios de comunicación y ha publicado tres novelas. Ada, Averno y Kronos.
Fuente: http://www.elblogalternativo.com/